Había una vez un príncipe, Florizel, que no sabía que era príncipe. Su padre lo había perdito todo: corona, reino, dinero. Sólo le atraían las máquinas y no tenía tiempo para entender los deberes de un rey. Entonces se dedicó a hacer ascensores novedosos y divertidos. Y hubo otro rey que lo contrató y le encargó un ascensor para su hija Cándida. Cuando Florizel y Cándida se conocieron, se enamoraron. Al principio se veían a escondidas hasta que un día, alguien los vio y los denunció ante el rey, quien furioso mandó a matar al joven. Pero nada de lo que hacia resultaba. Al nacer, su hada madrina le había regalado algo muy valioso: una vida encantada. Y mientras él la tuviera guardada, nada ni nadie podría lastimarlo.