En una generación de memoralistas, como lo fue la generación del ochenta, el nombre de Mansilla se destacó nítidamente. Dotado de una prosa de gran sabor coloquial, especialmente apta para comunicar impresiones, narrar hechos y trazar retratos, pudo dar un testimonio vivaz y cálido de una realidad que conocía ampliamante. Protagonista de momentos decisivos de la vida de nuestras instituciones, observador agudo y de sólido criterio personal, provisto además de lecturas bien asimiladas, ese testimonio tiene el doble mérito de su autenticidad y del color con que lo expresa. Por ello, sus Memorias son un grato e insustituible exponente de la literatura autobiográfica argentina.
