Cooke comía y hablaba a la vez. Y las dos cosas, abundantemente. Pasaba con él, eso que pasa con los gordos: se los ve más ordos cuando comen. Pero la gordura de Cooke no era la de cualquier gordo. Era la de Cooke. Quiero decir, simbolizaba todo cuanto había en él de exuberante, de desmesurado. Lo engordaban sus ideas, sus convicciones incontenibles, sus pasiones.