La emperatriz Elena, madre de Constantino el Grande, llevó a cabo un histórico peregrinaje a Palestina, en el que encontró unos trozos de madera que podían haber sido parte de la Cruz, y construyó un par de iglesias en Belén y Olivet. La vida de Elena coincide con uno de los momentos críticos de la historia: el reconocimiento del cristianismo como religión de un Imperio Romano devastado por la insensatez, la corrupción y las intrigas.