El deán Jocelin tiene una visión en la que Dios lo escoge para erigir una inmensa torre de 120 metros en la catedral, a pesar de que el edificio carece de cimientos para soportar el peso de semejante estructura. Obsesionado por su misión, Jocelin persiste incansable, y arrastra a cuantos le rodean a un torbellino de problemas económicos, laborales y personales, para desafiar a la gravedad, al fuego, las plagas, la muerte y a su propio delirio. El inmenso colofón final a la construcción de una catedral medieval, la torre que desafía todo cálculo y medida, se convierte en el símbolo de la voluntad de un hombre, de una motivación elevada y mezquina a un tiempo.