Este libro quema un poco. Alguien, aceptémoslo, tenía que decirlo: Buenos Aires se cae a pedazos. Nadie se da cuenta de lo que pasa en el gallinero, sobre todo si es una gallina. La pretensión y la locura de esta ciudad, que no es improbable sean las de nuestro lado oscuro en su conjunto -como país, como cultura, como tema de la Historia- surgen ridículas y trágicas, para divertinos al leer y desasosegarnos al dejar de hacerlo. Nos faltarán quienes digan que es necesario hundirse para subir a respirar y renovarse, o algunas de esas tonterías que forman una moda intelectual que en otros lados ya pasó y en la que aquí nadie cree realmente. No es cierto: hundirse es hundirse, ninguna otra cosa. Si fuimos o creímos ser inteligentes, bonitos, distintos, ganadores, no hay ya nada que pueda sustentarlo. La mediocridad, finalmente, muestra los rasgos espantosos de aquello que fue y sigue siendo para nosotros una obsesión: el ser nacional. Advertirlo, siquiera mínimamente y a disgusto, puede ser una contribución a que el siglo que asoma no encuentre este lugar del mundo sumido en la oscuridad. Por ello estos apuntes furibundos, paisaje y retrato, introspección y crónica implacable, acerca de circunstancias y seres de un tiempo ocaso vendido como resurrección.