SINOPSIS: El color de la nieve Tiene algunas horas para poner en orden su alma. Así se anoticia nuestro héroe -un tortugo que camina en dos patas y desanda un periplo misterioso para llegar donde empieza la nieve- sobre su pronta ejecución después de ser apresado. La frase se deja leer en boca de un represor (únicas figuraciones humanas del libro) de un presunto ejército totalitario, apenas pasado el primer cimbronazo emocional que nos depara El color de la nieve. Porque la novela tiene un comienzo narrativo más bien reposado, en clave melancólica -retratado con más silencios que palabras a partir de exquisitos juegos del montaje viñetístico- donde se nos presenta al protagonista. Pasadas las primeras veinte páginas todo se trastoca a partir de un hecho violento que nos sitúa abruptamente en otro carril emocional: un robo fortuito, un par de movimientos accidentales, dos muertes. Nuestro héroe ahora es un asesino y sufrirá una persecución permanente durante todo el relato. Allí, el tono de travesía ensoñada muta en una historia frenética, y el objetivo del viaje del protagonista se ve eclipsado por la mera capacidad de supervivencia.