Matemáticas e imaginación, el primer libro elegido para re-inaugurar la publicación de entradas dedicadas a obras de especial interés, bien por su contenido, bien por su carácter divulgativo, nos ha deparado la paradójica sorpresa de ser la obra en la que Edward Kasner dió a conocer el término Gúgol, Googol en inglés. Es la palabra que le sugirió su sobrino de 9 años a Edward Kasner para bautizar un número tan grande como inimaginable pero al mismo tiempo finito, un número tan grande como 1 seguido de 100 ceros. La edición donada corresponde a una curiosa colección de obras seleccionadas por Jorge Luis Borges y que llevan su nombre. Para saber de qué más trata esta obra de Kasner y Newman nos remitimos a las palabras de Borges prologando la obra: Un hombre inmortal, condenado a cárcel perpetua, podría concebir en su celda toda el álgebra y toda la geometría, desde contar los dedos de la mano hasta la singular doctrina de los conjuntos, y todavía mucho más. Un modelo de ese meditador sería Pascal, que, a los doce años, había descubierto una treintena de las proposiciones de Euclides. Las matemáticas no son una ciencia empírica. Intuitivamente sabemos que tres y cuatro son siete, y no necesitamos hacer la prueba con martillos, con piezas de ajedrez o con naipes. Horacio, para figurar lo imposible, habló de cisnes negros; mientras pulía su verso, tenebrosas bandadas de cisnes surcaban los ríos de Australia. Horacio no pudo adivinarlos, pero si hubiera tenido noticias de ellos, habría sabido inmediatamente que tres y cuatro de esos lóbregos seres daban la cifra siete. Russell escribe que las vastas matemáticas son una vasta tautología y que decir tres y cuatro no es otra cosa que una manera de decir siete. Sea lo que fuere, la imaginación y las matemáticas no se contraponen; se complementan como la cerradura y la llave. Como la música, las matemáticas pueden prescindir del universo, cuyo ámbito comprenden y cuyas ocultas leyes exploran.