Locuras de Isidoro apareció en Buenos Aires en julio de 1968, publicada por la editorial Dante Quinterno. Su primer director fue Toti Agromayor; los dibujos eran responsabilidad de Tulio Lovato y los guiones de Mariano Juliá y Faruk (Jorge Palacio). La revista llegó a tirar 300.000 ejemplares. Isidoro Cañones es un playboy chanta y vividor, que dilapida el dinero ajeno. Su personalidad, dice Judith Gociol en La historieta argentina. Una historia (Buenos Aires, De la Flor, 2003), podría definirse por la negativa: es vago, débil, temeroso, afecto a la noche, al juego, a las mujeres y a la bebida. Como contrapartida, es ocurrente y divertido, sabe ser simpático y hacerse querer. Isidoro no envejece nunca. Tampoco madura. Lo acompañan su tío, el Coronel Cañones, el mucamo Manuel y Cachorra, nieta del misterioso Coronel Bazuka, que aparece en el número 31, pero adquiere su apariencia definitiva a partir del 49. Antes de llamarse así y encabezar una revista propia, el personaje de Isidoro vivió una larga historia que comenzó en la década del veinte, como muestran José María Gutiérrez y Judith Gociol en La historieta salvaje. Primeras series argentinas (1907-1929) (Buenos Aires, De la Flor, 2012). Desde 1925, tuvo atributos cambiantes y se llamó Panitruco, Manolo Quaranta, Julián de Montepío, Isidoro Batacazo, Un porteño optimista o Don Gil Contento. Este último, en 1928, recibió la visita de su ahijado, el indio tehuelche Curugua-Curiguagüigua, que pronto fue rebautizado con su nombre más perdurable: Patoruzú, personaje que crecería tanto hasta el punto de acabar eclipsando a su huésped y desarrollándose en todos los medios de la cultura de masas de entonces: diarios y revistas, radio, discos, cine y lo que hoy se conoce como merchandising.