Una vez imaginé un libro de adivinanzas en el que las soluciones eran bellos dibujos. Tan bellos que conbraban vida y salían a conocer el mundo. Ellos, las respuestas, se daban por fin el gusto de preguntar. De esa historia nacieron Los Rimaqué. De las adivinanzas, tomaron forma, entendida como las reglas de un juego. De Colonia, de alguna playa, de alguna huerta, de algún rosal determinado tomaron los motivos, un mundo vivo e interminable que me invita a que lo toque, lo huela, lo mire, lo escuche. Y de los chicos, de sus países armados en la cueva de las frazadas, en un hueco entre las cañas, en las ramas de un árbol, tras la puerta entreabierta de un placard, el gusto por preguntar. Si alguna vez llegara a colarse en esos territorios libres, en esas repúblicas de niños, un rimaqué o dos...