En diversas culturas la palabra que designaba al Jefe de una comunidad era sinónimo de "anciano". Venerada en sociedades antiguas como sinónimo de sabiduría, la vejez es considerada hoy un periodo casi desechable de la vida. El geriátrico describe con crudeza la cotidlaneldad de esa particular forma de reclusión: la decadencia física y mental; la soledad y el aislamiento; la pérdida de la identidad que otorgaban los roles familiares y sociales; la declinación del atractivo y el placer sexual. Lo hace desde dos perspectivas solo en apariencia enfrentadas. La abuela Mara y su nieto Furca, la vejez y la minus-validez, afrontan sus respectivas miserias con una lucidez que raya en la crueldad, que no admite la condescendencia disfrazada de tolerancia. Con la agudeza de quien debe afrontar cada día su propio horror, Furca percibe el incontenible deseo de escapar, aunque sea por un día, de esa realidad. Comprende que el geriátrico es ámbito propicio para ahondar en la idea del tiempo, de la propia muerte, poner en juego el pasado, lo que quedó pendien-te; también, para las discordias, las querellas, las envidias. Su reacción, imprudente, hasta insensata, es a la vez involuntariamente solidaria. El geriátrico, la nueva obra de Sebastián Chilano y Fernando del Río, vuelve a imputar, como ya lo hiciera Furca con su magnífica e irreverente narrativa.