Lo encontraron en un pequeño pueblo de Brasil. Tenía otro nombre y otro aspecto, pero estaban seguros de haber dado con él. Cuatro años antes se llamaba Patrick S. Lanigan. Había muerto en un accidente de tráfico en febrero de 1992. Estaba enterrado en un cementerio de Biloxi, Mississippi. Había sido socio en un prometedor bufete de abogados, tenía una esposa guapa, una nueva hija y un futuro esplendido. A las seis semanas de su muerte, noventa millones de dólares desaparecieron de las cuentas de la empresa. Fue entonces cuando sus socios supieron que seguía con vida. Espiaron cada uno de sus movimientos hasta obtener la seguridad absoluta de que era él. Se hacía llamar Danilo Silva y vivía en una modesta casa de una ciudad pequeña de Brasil. Pesaba mucho menos e incluso su cara era levemente distinta, gracias a la intervención de un cirujano. Nada que ver con aquel abogado que, cuatro años antes, había desaparecido con noventa millones de dólares dejando atrás a su hermosa mujer y a su adorable hija.