Pascal se proponía dirigir aquella proyectada apología no a los teólogos ni a los doctos, sino a los laicos, a los hombres de mundo y especialmente a los que el trato del mundo había alejado de la fe, o sea a los libertins, a los indiferentes, a los incrédulos; el autor deseaba sacudir su indiferencia y conducirles a plantearse el problema de Dios y a sentir la necesidad de profundizar en él. Y se proponía, al mismo tiempo, restaurar en los espíritus el vivo sentido y el verdadero significado de la religión cristiana tal y como el propio Pascal la concebía, es decir, conforme a la fundamental inspiración jansenista de su pensamiento. Para Pascal, se puede llegar a un conocimiento seguro y eficaz de Dios no por las vías puramente especulativas de la filosofía o de la teología racional, sino sólo por las específicamente cristianas del reconocimiento de la impotencia y la miseria humanas y de la necesidad de un Mediador divino. Por otra parte, para demostrar la verdad de la religión es necesario aplicarse a suscitar en los ánimos una exigencia viva, hacer desear que sea verdadera, y después demostrar que es verdadera.