-Tom, es hora de ir a la estación... Un sonoro bostezo se elevó desde el sofá donde se hallaba repantigado un muchacho de unos quince años, y una voz ahogada respondió: -¡Te espero! -¡No! ¡Yo no voy! Hace muy mal tiempo. -¿Cómo? La cabeza hirsuta del muchacho, coronada por enmarañados cabellos rojizos, surgió bruscamente de entre los cojines; sus ojos grises cargados de estupor se fijaron en la joven que, después de haber pronunciado aquellas inesperadas palabras volvió a hundirse en la lectura de una apasionante novela.