Sabía que la tierra es el reino de la locura y que la única libertad concedida al hombre es la de su infinita imaginación. Desde esa certidumbre concibió el Orlando Furioso. Momigliano declara que la obra es a la vez límpida y laberíntica; el lector actual, como Poe, ha perdido el hábito de los poemas largos y puede fácilmente perderse en el gran laberinto de cristal que le abren sus páginas. Poco después declara que la luna (en la que se almacena el tiempo perdido) es la remota fuente espiritual de todo el poema. Momigliano ha escrito que Ariosto inspira simpatía, no veneración. Es evidente que al trazar esa línea pensó en Dante Alighieri. Nadie querría conversar con él; conversar con Ariosto sería una maravilla muy grata.