Con el nacimiento del dominio español en la América remota, el Rey debió delegar, siempre bajo su autoridad de monarca absoluto, el gobierno de sus provincias ultramarinas. Para eso dispuso del cargo de virrey, que como sabemos, significa etimológicamente vice-rey. Él representaba la persona real, y su potestad estaba sólo por debajo de la del monarca. En efecto: aún en 1790, un año después de la Revolución Francesa que conmoviera a todas las monarquías europeas, un Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, al tratar el tema del recibimiento de Arredondo en el cargo, declaraba devotamente: [el virrey] representa la viva Imagen de Nuestro Soberano. La institución castellana del virreinato, que funcionó en la misma península (en Cataluña, Valencia, Aragón, Portugal, Mallorca) y en otros territorios europeos de la corona española (Nápoles, Sicilia, Cerdeña), cobró su mayor importancia en América. Como es sabido, el Virreinato pasó a Indias con Colón, quien fue designado virrey de las tierras por descubrir en las Capitulaciones de Santa Fe, firmadas por los Reyes Católicos el 17 de abril de 1492. Pero cuando las tierras por descubrir resultaron ser todo un continente, Colón fue despojado de su título, que se reservaría para territorios más acotados. En su período de mayor expansión, el imperio español en América llegaría a ser unos veinte millones de kilómetros cuadrados, sin contar el Brasil, que también perteneció a España en la época en que Portugal fue anexada a la corona de Castilla (1580-1640). Esto explica la necesidad de dividir el vastísimo territorio en virreinatos: ni el Consejo de Indias ni la Casa de Contratación de Sevilla, en las que recayeron los asuntos americanos durante las primeras cuatro décadas de la conquista, bastaron ni podían estar lo suficientemente presentes o vigilantes para gobernar semejante jurisdicción. Cuando la institución fue revivida en Indias por Carlos V, sus significado y alcance eran muy otros que los de tiempos de Colón. La originalidad del virreinato indiano ya ha sido enunciada por otros autores en trabajos consagrados a este tema. En nuestro medio, Sigfrido Radaelli llegó a la conclusión de que la función virreinal en la América española constituyó una institución original, distinta de los antecedentes europeos y del antecedente colombino, señalando cómo en las Indias españolas el virrey no somete ni desconoce a la población que se halla en sus dominios, sino que por el contrario esta población es incorporada al Imperio, y sus integrantes son equiparados a los integrantes del País descubridor. De ahí que el término y el concepto de colonia, tan utilizado para referirse a los virreinatos españoles en América, sea erróneo y falaz. Cuatro fueron los Virreinatos creados en el Nuevo Continente: el inaugural fue el de Nueva España, o México, en 1535. Le siguieron el del Perú, en 1543, y el del Nuevo Reino de Granada, en 1717, suprimido casi inmediatamente y restablecido en 1739. El del Río de la Plata fue el último creado por Carlos III el 1 de agosto de 17763. Las características del mismo son bien diferentes de las del resto y lógicamente condicionaron la elección de sus titulares, apenas una docena. Siendo el Río de la Plata una fortificación estratégica, freno del expansionismo portugués, desprovista del boato de las cortes de Lima y México, los virreyes enviados desde España fueron, sin excepción, militares de carrera. Prácticamente todos venían de familias de militares, en algunos casos con varias generaciones de ellos, ya fuera por varonía (Melo, Olaguer Feliú, Del Pino), o por línea materna (Sobremonte por Angulo, Liniers por Brémond). Desde luego, la misma carrera militar implica que todos ellos debieron probar nobleza por los cuatro abuelos, según requería el ingreso como oficial al ejército o a la marina. En general, los virreyes del Río de la Plata pertenecían a viejas e ilustres familias (Cevallos, Arredondo, Melo, Cisneros, Elío), aunque sin el lustre de los títulos reservados históricamente para México (marqués de Montes Claros, conde de Salvatierra, duque de Alburquerque) o el Perú (príncipe de Esquilachc, conde de Lemos, conde de Alba de Liste). Cierto es que para 1776 la política de gobierno de España en relación a sus provincias ultramarinas había cambiado radicalmente en relación a la de los siglos XVI y XVII.