Los relatos menos conocidos de Stevenson siempre han deparado a los lectores avisados agradables sorpresas. Como pequeñas joyas redescubiertas en un cofre enterrado en una isla remota, estas historias nos deslumbran con una intensidad que parece desmentir que haya transcurrido más de un siglo desde que fueran escritas. Los dos relatos incluidos en este volumen corroboran un hecho bien conocido: la obra de R.L.S no acusa el paso del tiempo. En La playa de Falesá nos encontramos en un escenario muy grato al autor: una idílica isla de los Mares del Sur, con sus pintorescos indígenas -sobre todo sus bellas nativas-, sus civilizados comerciantes europeos y sus bondadosos misioneros. Pero a las pocas páginas, descubrimos que ni la isla es tan idílica, ni los indígenas tan pintorescos, ni los comerciantes tan civilizados, ni los misioneros tan bondadosos. Si el paisaje natural que Stevenson describe con maestría es de una belleza abrumadora, el paisaje moral que pinta deja bastante que desear y, quizá por ello, resulte inquietantemente contemporáneo. No menos inquietantes son Las desventuras de John Nicholson, un alma bendita aparentemente empeñada en equivocarse una y otra vez, no se sabe si para darle la razón a un padre que, por así decirlo, peca de excesivo rigor religioso. Las tragicómicas peripecias de John adquieren un inesperado matiz si se conoce un pequeño detalle: son tan semejantes a la biografía del propio Stevenson que más de uno, y con buenas razones, se ha sentido tentado a confundirlas.