El protagonista es el adinerado, alocado y simpático libertino Fabián Conde. Junto a él se ofrece una galería romántica de personajes: el soñador y enigmático Lázaro, amigo bueno de Fabián; el voluble Diego, su amigo malo; un amor púdico y discreto como el de Gabriela frente al de Gregoria, embustera, manipuladora y materialista; el jesuita padre Manrique, consejero de la aristocracia, con el cual se confiesa. El protagonista aprende a asumir con resignación su bochornoso pasado (es hijo ilegítimo de un conde, lo cual se le ha ocultado) y sus calaveradas amorosas en vez de cubrirse de mentiras burguesas contra el verdadero espíritu cristiano en un mundo sin Dios en el que se ha erosionado la fe antigua y en el que dominan la crítica y la razón. El protagonista sostiene un diálogo confesional, casi un soliloquio retrospectivo, con el padre Manrique, dando cuenta de todos los hechos y situaciones que lo han llevado al estado en que se encuentra ese 27 de febrero de 1861, lunes de Carnestolendas, en los Paúles, poco antes de ir a un duelo ocasionado por sus desmanes.