SINOPSIS: la cultura idiomática de Celia Caturelli es grande: habla fluidamente el alemán, desde hace más de dos décadas en su vida cotidiana, tanto en el ejercicio de la docencia como en la vida el hogar. Amén de ello, es viajera impenitente: cuando no viaja sueña con viajar, no por nada su libro anterior, 91 meditaciones, está dedicado al padre por los primeros libros y los viajes de Marco Polo. La lectura de Il Milione, en la infancia, dio ocasión a lo que sería el gran amor intelectual de su madurez: su pasión por China y su idioma, cuyo estudio comenzó en edad avanzada. Tanto las lecturas de poesía china como el aprendizaje del idioma chino de seguro han tenido mucho que ver con el profundo giro estilístico de la escritura última de Caturelli. Quien no conoce lenguas exóticas no sabe nada de la vernácula; escribió súbitamente Goethe pero ante la abrumadora realidad del chino mandarín esa sentencia entra en estado de vértigo. De una experiencia tal, uno reingresa al propio idioma con la máxima cautela, pesa cada palabra con una prudentísima balanza confuciana.
