Una familia estadounidense adquiere el castillo de Canterville, en un hermoso lugar en la campiña inglesa a siete millas de Ascot, en Inglaterra. Hiram B. Otis se traslada con su familia al castillo, pero Canterville, dueño anterior del mismo, le advierte que el fantasma de sir Simon de Canterville anda en el edificio desde hace no menos de trescientos años después de asesinar a su esposa lady Eleonore de Canterville. Pero el Sr. Otis, estadounidense moderno y práctico, desoye sus advertencias. Así, con su esposa Lucrecia, el hijo mayor Washington, la hermosa hija Virginia y dos traviesos gemelos, se mudan a la mansión, burlándose constantemente del fantasma debido su indiferencia ante los sucesos (paranormales). El fantasma no logra asustarlos, y más bien pasa a ser víctima de las bromas de los terribles gemelos y en general, del pragmatismo de todos los miembros de la familia, por lo que cae en enojo y depresión, hasta que finalmente, con ayuda de Virginia (quien se apena por el fantasma), logra alcanzar la paz de la muerte.
Desde el momento de su publicación, varias generaciones de lectores han consagrado El fantasma de Canterville como un clásico. ¿En qué reside el secreto de su éxito? Una clave para responder a esta pregunta parece estar en la admirable parodia de la novela de terror que logra Oscar Wilde a través del desopilante encuentro entre una familia típicamente estadounidense y un fantasma auténticamente inglés. Escrita con un ingenio inigualable, esta obra ha sabido combinar como pocas el sentimiento de complicidad que despierta en los lectores, la ternura que emana de sus personajes y un mágico final, en el que la comprensión y la tolerancia triunfan sobre las diferencias.