Pienso, lo he dicho en algún otro sitio, que uno escribe desde cierta penumbra, un poco a tientas, y que hasta es recomendable que así ocurra, Parafraseando a Picasso, no se escribe en busca de algo, sino para encontrarlo, sea lo que sea aquello con lo que uno se topa o eso que prevalece sorprendentemente en nuestra mesa de labor al momento de estampar el punto final en una historia. He de confesar que no hay, para mí, un momento más regocijante que ese en mí quehacer, nada más parecido a la auténtica felicidad, ninguna otra instancia que me haga sentir un individuo tan provechoso para el resto de la especie. Debe ser, me imagino, como el momento del parto, cuando la madre oye el chillido inaugural de la criatura que acaba de asomar de su interior. Para el caso, de ese cuentito indefenso y todavía embadurnado de sus propios humores que ahora yace sobre mí escritorio, En ese momento es como si uno mismo se hubiera fundido con su historia, con ese ectoplasma informe que ahora patalea y respira por su cuenta. Terminar un nuevo cuento es, desde esta perspectiva, un procedimiento irrepetible y único, como cruzar de nuevo el cuello del útero y recobrar esa alegría hipotética del origen; como ser a la vez un medio y un fin, el cuento en sí y el catalizador que lo hace posible, el pretexto al servicio de la vida y la criatura que ahora patalea frente a nosotros, deseosa de echarse a berrear sin contemplaciones ante los demás.
Nivel Bibliográfico:
Monográfico
ISBN:
956-262-173-1
Nota normalizada:
CONTIENE: Ídolos y héroes de variada calaña; Best Seller; La bestia en casa; Danubio pardo; Dios, que está en tantas partes; El año de la bomba; Desaparición de un comerciante; últimos días de nuestro vecino; El biógrafo de Thomas.
