SINOPSIS: Años y leguas es una superposición de cuadros con los que el novelista coloca ante nuestros ojos unos retazos de su Levante natal. Sólo ese imperceptible hilillo que es Sigüenza (personaje que oculta a Gabriel Miró) sirve para que cada ano de los cuadros pueda vincularse con el anterior y con el siguiente. Pero, si el recurso retórico que va ligando una página a otra es fácilmente quebradizo, la unidad se mantiene inconmovible cuando Sigüenza nos hace vivir sus propias experiencias. Precisamente por ser experiencias interiores y aún más, íntimas caen dentro de la anécdota, del necesario pretexto sin mayor trascendencia, cada uno de los hombres o de los pueblos que en el libro se alzan. La llegada, los casales blanqueados, el fúnebre lamento de la campana, las gentes sorprendidas en su quehacer o en su dolor, el fluir del agua, no son otra cosa que excitantes de sensibilidad. Es Sigüenza lo único que allí cuenta, pero no tanto por lo que es, como por lo que nos lleva a descubrir. De ahí la doble valencia del personaje: tenue engarce a lo largo de todo el libro y poderosísima llamada que nos hace ver, oír, oler, alegrar o doler. El título es la llama expresiva que va a caldear la obra: la historia espiritual de veinte años de la vida de Sigüenza y, en función de ella, la captación de unos paisajes nuevamente hallados.